
I, Daniel Blake es una película ganadora del Festival de cine de Cannes que trata sobre las consecuencias del cambio de modelo económico y social que está viviendo Europa desde hace unos años a raíz de la crisis.
Daniel Blake, un hombre viudo, trabajador y poco familiarizado con las tecnologías se topa con que, tras un infarto al corazón, tiene que elegir entre hacerle caso al médico y descansar para recuperarse o trabajar para sobrevivir.
Katie, madre soltera procedente de Londres, se muda con sus hijos a Newcastle, una ciudad de las más castigadas por la crisis, situada al noreste de Inglaterra, porque los precios son mucho más bajos que en la capital y espera poder empezar de cero y poder volver a estudiar.
Ambos se conocen en una oficina del Jobcentre, lo que equivaldría al antiguo INEM en España.
Katie tiene un encontronazo con una de las trabajadoras del Jobcentre tras llegar tarde a su cita porque acababa de llegar a la ciudad y no sabía muy bien cómo llegar a la oficina, a lo que la trabajadora le respondió que no podía atenderla y que había perdido su cita. Daniel salió en su defensa y el director termina por echarlos a ambos.
Daniel, que había trabajado de carpintero durante prácticamente toda su vida, ayuda a Katie reparando el suministro eléctrico de su casa para que ella y los niños no tengan que sobrevivir con velas, y se queda con los niños mientras ella trabaja.

Ella, por su parte, le da de comer, pues no le puede pagar, a pesar de que muchas veces ella misma se queda de comer porque no tiene suficiente comida.
En una de las escenas más duras de la película, los cuatro personajes principales, Daniel, Katie y los niños (Dylan y Daisy) se encuentran en un comedor social y vemos como, por un lado, Daniel duda entre guardar la poca dignidad que le queda y abstenerse de pedir comida y, por otro, Katie coge una lata de comida precocinada y la abre allí mismo porque lleva días sin comer para que a sus hijos no les falte de nada.
Katie acaba ejerciendo la prostitución, trabajo que consiguió gracias al guarda de seguridad del supermercado que le pilla robando un paquete de compresas, un paquete de cuchillas depilatorias y un bote de desodorante.
Daniel, por su parte, acaba pidiendo ayuda a su vecino, un joven que gana 3,5 libras a la hora y que opta por devenir vendedor ambulante de zapatillas importadas para sobrevivir, para inscribirse por interne en el portal de búsqueda de empleo.
No le gustan los ordenadores porque no se siente cómodo con las tecnologías, frente a las que parece sentirse indefenso, por lo que continúa escribiendo su CV a mano. Pese a buscar trabajo por toda la ciudad, las autoridades le dicen que para poder optar a algún tipo de ayuda para sobrevivir tiene que justificar que está dedicando 35 horas semanales a la búsqueda de empleo y que la única manera de tener un registro es hacerlo por internet o tener recibos de las empresas en las que ha dejado el currículum, algo poco común.

Ante la desesperación, decide pintar un mensaje en la pared de la oficina del Jobcentre, por lo que lo llevan a comisaría, eso sí, ante la atenta mirada de los transeúntes, en especial de la gente joven, que incluso se acerca a él a pedirle si se pueden hacer una foto con él y que le gritan en señal de apoyo y de solidaridad.
Aunque le sueltan por buena conducta y por ser un ciudadano ejemplar, los problemas de Daniel no han acabado y él está a punto de llegar a su límite, algo que su corazón debilitado empieza a notar.
Como resultado de toda la presión, el mismo día que acude al juzgado junto a Katie para reclamar las ayudas que le pertenecen, se desploma en el baño y no logra salir con vida.
Antes, no obstante, había dejado una nota manuscrita donde indicaba que no es un perro, sino un ciudadano, y que sólo pedía que le trataran como tal, ni más ni menos.
¿Es de verdad este el mundo que queremos para las generaciones futuras?